Otra anécdota ocurrida en un restaurante, esta vez en uno situado en un centro comercial. Serían sobre las nueve de la noche o así cuando tuvo lugar el incidente. La cena fue tan temprana puesto que teníamos entradas para el cine una hora después.
En esta ocasión estábamos sólo Saray y yo cenando cuando tuvieron lugar los hechos. Los protagonistas de la historia son una madre y un niño de unos 2 añitos. No sé cuándo aparecieron en el restaurante, pero debió ser en algún momento entre que la camarera nos tomaba nota y esperábamos a que nos sirvieran (minutos que dedicamos a contemplar los mantelitos de papel, ya que venían ilustrados con un mapa de Galicia con las diferentes localidades más importantes). Tan chulo estaba el mantelito que incluso antes de marcharnos le pregunté a la camarera si tendría alguno para poder llevarme y me dio uno sin problemas, diciendo que la gente se los pide mucho. Este dato servirá a más de uno para ubicar el restaurante...
Se conoce que o bien lo que quería cenar la madre estaba ya hecho o prácticamente preparado, o bien era más sencillo de hacer, ya que a pesar de pedir más tarde que nosotros, la sirvieron antes. El niño jugaba a su libre albedrío con un trenecito sin dar más guerra. Nuestra cena, de todas formas, tampoco tardaría mucho en llegar, todo hay que decirlo. Cuando efectivamente llegó, Saray y yo nos centramos en la manduca y a hablar de nuestras cosas sin más preocupación. Con el paso de los minutos el niño empezó a llorar desconsoladamente, y a llorar y a llorar...
El motivo de su llanto se me escapa puesto que hasta ese momento poca o ninguna atención habíamos prestado al resto de clientes del restaurante. Pero con semejante llanto todo el local estaba más que incómodo, y eso era más que patente. Mi segunda mirada en dirección a la escena no se me ha borrado de la mente: la criatura tumbada boca arriba en el suelo, llorando y pateando sin parar, mientras que la madre continuaba comiendo impasiblemente como si la cosa no fuera con ella. Bueno, que fuera la madre es una suposición mía, igual no tenían ningún grado de parentesco y simplemente era una canguro, vaya usted a saber. En cualquier caso, en ese momento era la persona responsable del niño. ¿O más bien debería calificarla de 'irresponsable'? Menuda sangre fría la de la tipa: todo el restaurante lanzándole miradas insidiosas, los camareros no sabían muy bien cómo actuar (por cierto, también les molestaba el niño para desplazarse entre las mesas, que les obligaba a tomar alternativas), pero la joven ni se inmutó, ella seguía cenando a su ritmo sin pestañear siquiera al niño. Igual transcurrieron sólo 10 minutos pero nos parecían horas, ni que decir tiene que casi se nos indigesta la cena, y eso que la pareja aún estaban a cierta distancia nuestra.
Una vez que la imperturbable adulta acabó su cena, entonces llamó a un camarero y vimos cómo le dio algo. Este se marchó para la cocina y, mientras, la joven se quedó como ausente con la mirada en el infinito mientras el chaval continuaba con su berinche. Una vez que volvió el camarero, la fulana entonces sí puso al niño en el regazo y empezó a darle de comer del tupperware que -calculamos- debió llevarse el camarero para calentar. Fue entonces cuando llegó la calma.
Juzgue usted, ¿qué le parece la forma de comportarse de la supuesta madre del niño?
En esta ocasión estábamos sólo Saray y yo cenando cuando tuvieron lugar los hechos. Los protagonistas de la historia son una madre y un niño de unos 2 añitos. No sé cuándo aparecieron en el restaurante, pero debió ser en algún momento entre que la camarera nos tomaba nota y esperábamos a que nos sirvieran (minutos que dedicamos a contemplar los mantelitos de papel, ya que venían ilustrados con un mapa de Galicia con las diferentes localidades más importantes). Tan chulo estaba el mantelito que incluso antes de marcharnos le pregunté a la camarera si tendría alguno para poder llevarme y me dio uno sin problemas, diciendo que la gente se los pide mucho. Este dato servirá a más de uno para ubicar el restaurante...
Se conoce que o bien lo que quería cenar la madre estaba ya hecho o prácticamente preparado, o bien era más sencillo de hacer, ya que a pesar de pedir más tarde que nosotros, la sirvieron antes. El niño jugaba a su libre albedrío con un trenecito sin dar más guerra. Nuestra cena, de todas formas, tampoco tardaría mucho en llegar, todo hay que decirlo. Cuando efectivamente llegó, Saray y yo nos centramos en la manduca y a hablar de nuestras cosas sin más preocupación. Con el paso de los minutos el niño empezó a llorar desconsoladamente, y a llorar y a llorar...
El motivo de su llanto se me escapa puesto que hasta ese momento poca o ninguna atención habíamos prestado al resto de clientes del restaurante. Pero con semejante llanto todo el local estaba más que incómodo, y eso era más que patente. Mi segunda mirada en dirección a la escena no se me ha borrado de la mente: la criatura tumbada boca arriba en el suelo, llorando y pateando sin parar, mientras que la madre continuaba comiendo impasiblemente como si la cosa no fuera con ella. Bueno, que fuera la madre es una suposición mía, igual no tenían ningún grado de parentesco y simplemente era una canguro, vaya usted a saber. En cualquier caso, en ese momento era la persona responsable del niño. ¿O más bien debería calificarla de 'irresponsable'? Menuda sangre fría la de la tipa: todo el restaurante lanzándole miradas insidiosas, los camareros no sabían muy bien cómo actuar (por cierto, también les molestaba el niño para desplazarse entre las mesas, que les obligaba a tomar alternativas), pero la joven ni se inmutó, ella seguía cenando a su ritmo sin pestañear siquiera al niño. Igual transcurrieron sólo 10 minutos pero nos parecían horas, ni que decir tiene que casi se nos indigesta la cena, y eso que la pareja aún estaban a cierta distancia nuestra.
Una vez que la imperturbable adulta acabó su cena, entonces llamó a un camarero y vimos cómo le dio algo. Este se marchó para la cocina y, mientras, la joven se quedó como ausente con la mirada en el infinito mientras el chaval continuaba con su berinche. Una vez que volvió el camarero, la fulana entonces sí puso al niño en el regazo y empezó a darle de comer del tupperware que -calculamos- debió llevarse el camarero para calentar. Fue entonces cuando llegó la calma.
Juzgue usted, ¿qué le parece la forma de comportarse de la supuesta madre del niño?
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